Literatura
Hispanoamericana
(Latinoamericana
I)
Prof.
TP: Daniela Chazarreta
Tema 11: Análisis de “Las Ánforas de Epicuro” de Prosas
Profanas: la concepción de la poesía.
2do
parcial (domiciliario)
Fecha
de entrega: 15 de diciembre de 2009
María
Laura Piccioni
Profesorado
en Letras (Plan 86)
Legajo
“Las Ánforas de Epicuro” de Prosas Profanas: un arte
poética.
Para trabajar esta sección de Prosas Profanas -que
se agrega en 1901 junto con Cosas del Cid
y Dezires, layes y canciones-
hemos seleccionado el análisis de los siguientes poemas: La
espiga, La fuente,
Ama tu ritmo... y Yo
persigo una forma.... La
intención de este trabajo es observar de qué modo estos poemas
funcionan como un arte poética
de la estética dariana. Comenzaremos delimitando el sentido en el
que se trabajará el concepto arte poética. El diccionario de
Ducrot y Todorov define poética en tres sentidos:
“1) toda teoría interna de la literatura; 2)
la elección hecha por un autor entre todas las posibilidades (en el
orden de la temática, de la composición, del estilo, etc.)
literarias: 'la poética de Hugo'; 3) los códigos normativos
construidos por una escuela literaria, conjunto de reglas prácticas
cuyo empleo se hace obligatorio.” (la cursiva es del autor) (Ducrot
- Todorov 1989: 98).
Para este trabajo optaremos por el segundo sentido -la elección del
autor-, elección que pone de manifiesto las ideas que cada autor
posee sobre la literatura y sobre su propia práctica escritural.
Esta propuesta de escritura puede estar planteada desde un ensayo
normativo, o, como en el caso de muchos poetas, hacerse presente en
la poesía de un modo metaliterario; esto es, una poesía que
exprese esa elección acerca de cómo debe ser/hacerse la poesía.
Sin embargo, no podemos dejar de lado una característica de la
tercera acepción: la normatividad, que, aunque en diferentes grados
de rigor, aparece en la construcción de la idea de poética de autor
(la segunda acepción).
Estos rasgos de normativa se pueden apreciar especialmente en los
tres primeros poemas de los seleccionados para este trabajo. Si bien
Ruben Darío se niega expresamente a la construcción de un
manifiesto en las Palabras liminares (Rubén
Darío, 2000:35) por
“la absoluta falta de elevación mental de la mayoría pensante de
nuestro continente”, porque proclama “una estética acrática”,
etc, es posible puntualizar aspectos de su poética.
I- Este texto -al que Ghiano se refiere como “manifiesto
encubierto” (1968:25)-, perfila un poeta como “monje artífice”,
figura que se opone a la inspiración del romanticismo. Sangre
americana, “manos de marqués”: inteligencia aristocrática que
va a verse reflejada en lo que Rama denomina “aristocracia
vocabularia” (Rama, 1984:28), ya que a través de la selección
léxica va a describir “paisajes culturales” (concepto que Rama
toma prestado de Salinas).
II- Su maestros e influencias, tanto americanas como europeas,
contemporáneas y clásicas, pueden rastrearse, no sólo en los
tópicos y las formas recuperados por Darío, sino también en la
reformulación de los mismos.
III- La influencia del neoplatonismo se instala en el nuevo concepto
de ritmo que, además de una “harmonía verbal” incorpora la
música de las ideas, “una melodía ideal” (Darío, 2000:37).
IV- El destino manifiesto del poeta es el canto, aunque el ruido no
lo permita y aunque no pueda ser escuchado; porque siempre quedará
un “reino interior” en el alma del poeta que merezca el canto, un
reino con deidades propias: desnudas ninfas, rosadas reinas y
amorosas diosas.
V- Y por último, este destino manifiesto expresado en forma de
primera ley: crear; ley que el poeta-demiurgo materializa en la
metáfora del acto procreador -hombre/mujer-, entre la musa y el
artista.
En Las Ánforas de Epicuro,
el sujeto lírico se hace cargo de una serie de imperativos que,
entre consejo y mandato, sirven para adoctrinar al joven poeta, al
iniciado.
Comenzaremos con el primer poema La espiga. Este es el primero
de los poemas de Las Ánforas de Epicuro,
y -como casi la mayoría de los de este apartado-, es un soneto en
alejandrinos (la forma cuadrada que prefirieron los parnasianos:
catorce versos de catorce sílabas cada verso) (A. Imbert, 1967:98),
con los cuartetos en rima consonante cruzada ABAB ABAB, y los
tercetos con rima consonante alternada CCD EED. Comienza con el
imperativo a modo de mandato, a modo de instrucción que el maestro
imparte a su discípulo o iniciado: “Mira el signo”; signo que en
el sexto verso se expresa como “misterio inmortal”. En este poema
reaparece el tema del panteísmo tratado ya en el Coloquio
de los centauros: “Himnos a la
sagrada Naturaleza; al vientre/ de la tierra y al germen que entre
las rocas y entre/ las carnes de los árboles, y dentro humana
forma,/ es un mismo secreto y es una misma norma:/ potente y
sutilísimo, universal resumen/ de la suprema fuerza, de la virtud
del Numen.” (Darío, 2000: 56). Secreto que se halla en la
naturaleza y al que sólo puede tener acceso el iniciado (vate,
sacerdote). Darío condensa en un verso una de las posibles
soluciones del enigma: la armonía del mundo se traslada al mundo de
las ideas, “la rítmica virtud de movimiento”, esa que puede
Dios, cual demiurgo, componer con la Naturaleza. Es esa versión
macrocósmica que el poeta debe captar y reflejarla en el microcosmos
del ritmo del poema. Es la misma espiga -que dibuja el signo
al que debe atender el nouvelle
poeta-, la que dibuja el “misterio inmortal” y “el
alma de las cosas”.
El panteísmo como divinización de
todos los elementos de la naturaleza (e incluso a la naturaleza misma
que es expresada con mayúsculas), imprime en el poema un aire sacro
que Darío lleva a cabo mediante la proliferación de términos
vinculados a lo religioso. En principio la espiga, que es el germen
de la eucaristía (“espiga de oro y luz”), y luego “virtud”,
“firmamento”, “tierra divina”, “alma”, “sacramento”,
hasta la figura explícita que inaugura el primer terceto: “la faz
de Dios asoma”. Este aire sacro se ve transformado en una versión
de la religiosidad que no tiene la muerte Cristo, sino una primaveral
escena: “floridas urnas” (elemento parnasiano que refleja la
solidez y asegura la permanencia), “el vasto altar donde triunfa la
azul sonrisa”, un madero verde y cubierto de flores -es decir, que
nunca fue hecho cruz-, y un cordero al abrigo del amor y lejos de la
muerte, del sacrificio. En este poema la espiga aún no es pan. La
tarea del joven poeta consiste en aprender a leer los signos de la
Naturaleza y el ritmo que lo conduzca a la manufactura de la poesía.
Este mandato-norma se repite en la
aparición de algunos verbos deónticos utilizados en tono
discipular, que están en La fuente. Este
es otro soneto en alejandrinos que en su cuarto y quinto verso dicta:
“debes abrevarte tan sólo en una fuente./ Otra agua que la suya
tendrá que serte ingrata”. Vuelve el objeto parnasiano en forma de
una copa de plata, la forma que el poeta maestro domina y puede
traspasar a su discípulo. Sin embargo, la bebida sólo puede
encontrarse en el interior del poeta. El tópico de El
Reino interior -desarrollado en
el poema con el mismo nombre- vuelve a surgir en “su oculto origen
en la gruta viviente/ donde la interna música de su cristal desata”,
repite la idea de las Palabras
liminares, pero en
este soneto el reino no es de “diosas rosadas” como en el
prólogo, y tampoco tiene las
“siete bellas princesas” de El Reino interior. En
este soneto se invita al joven iniciado a una catábasis (“baja
por la constancia y desciende al abismo”) que alude a la Divina
Comedia en cuyo descenso al
Infierno, maestro y discípulo (Virgilio y Dante) se encuentran con
la pantera, acá siete que simbolizan los pecados capitales. A
diferencia de la catábasis dantesca, Darío no se propone como guía,
sino que incita al joven poeta a dejarse llevar por sí mismo, por su
propia autenticidad: “Guíete el misterioso eco de su murmullo” y
en el último verso, “la fuente está en tí mismo”.
La fuente -como elemento palaciego
que constituye la arquitectura del jardín de los cuentos de hadas
donde el caballero sediento abreva su caballo para ir en busca de su
princesa-, es un elemento que aparece a lo largo de todo el
poemario, y no se puede evitar la asociación de ésta fuente que se
halla en el interior del poeta, con la fuente de la vida
que volvía inmortales a quienes bebieran de ella. Resulta
enriquecedora esta connotación de trascendencia a la lectura del
poema si pensamos que la obra poética es el elemento que vuelve
“inmortal” al poeta.
El tercer poema seleccionado es un
soneto en endecasílabos. Ama tu ritmo...
comienza desde el título con un imperativo que se repite en el
primer verso: “Ama tu ritmo y ritma tus acciones/ bajo su ley, así
como tus versos”. La ley del ritmo debe imperar en los versos,
condición que se da maravillosamente en la aliteración del sonido
|r| y de la oclusiva |t|, y en la rima en eco. Además, la rima
abrazada ABBA ABBA resalta la definición de la métrica, dándole a
la forma el contorno que buscaban los parnasianos.
Según Ruiz Barrionuevo, Marasso
asocia este poema con la iniciación pitagórica y la lectura del
libro Los grandes iniciados
de Schuré; y Jrade resalta la conciliación de lo uno y lo múltiple,
“y la relación del poeta con esa unidad divina, cuya proporción
es el número” (Ruiz Barrionuevo, 2002:84). Con respecto a esto
podemos aportar algunas relaciones que se pueden establecer entre “la
celeste unidad” de este poema y la idea del enigma, misterio o
secreto. Por lo que vimos en los poemas anteriores, ese enigma puede
verse como un signo legible en el libro de la Naturaleza (La
espiga), también en el interior
de la “gruta viviente” (La fuente)
como un “misterioso eco de su murmullo”, y en el Coloquio
de los centauros como “un
mismo secreto” que es “una misma forma”. También está en
Palabras de la Satiresa
cuando exalta al poeta: “sabe que está el secreto de todo ritmo y
pauta/ en unir carne y alma a la esfera que gira”. Es interesante
seguir la pista del enigma como la unión necesaria entre lo
espiritual y lo carnal que Darío pone en boca de la satiresa en ese
soneto, para entender la “celeste unidad” que “hará brotar en
ti mundos diversos”. La unidad en Darío es multiplicidad (“eres
un universo de universos”), es conjugación de elementos
enfrentados, son los mancebos “Bellamente infernales” de El
Reino interior, pero también la
aceptación del poeta de sus virtudes y sus vicios:
“-¡Princesas, envolvedme con vuestros blancos velos!
-¡Príncipes, estrechadme con vuestros brazos rojos!”
Esta unidad es, según Rama, “un esfuerzo mental que no cancela,
sino que aviva la pugna de los elementos enfrentados […] no es
entonces una integración homogénea de las partes, sino una tensa
armonía que las obliga a funcionar conjuntamente, reconociéndoles
sus individualidades, sus contrastes y oposiciones” (Rama,
1984:34). Esta armonía de contrastes se ve en el Coloquio de los
centauros: “Ni es la torcaz benigna ni es el cuervo
protervo:/son formas del Enigma la paloma y el cuervo”. Otra de las
formas del Enigma es la Esfinge, que aparece en el soneto Alma
mía: “por el camino que hacia la Esfinge te encamina”; la
esfinge comparte con el sátiro, los centauros y las sirenas
-bestiario fantástico de Prosas Profanas-, lo que Rama
denomina formas anormales en apariencia, ya que “no son sino
esfuerzos de la naturaleza para retornar a la unidad perdida, lo que
da nacimiento a la belleza”(Rama, 1984:32). En el Coloquio de
los centauros se hace explícita esta idea cuando Quirón
enuncia: “Sus cuatro patas, bajan; su testa erguida, sube”,
indicando la unidad de la bestia y la divinidad.
Este concepto es crucial en el análisis de Yo persigo una
forma...; pero antes de pasar al último poema, retomaremos los
tercetos de Ama tu ritmo...:
“Escucha la retórica divina”, el sujeto lírico vuelve a
utilizar el imperativo para mostrar el signo presente en la
Naturaleza al que debe atender el joven poeta del mismo modo que lo
había hecho en La espiga. El soneto se resuelve en los dos
últimos versos de corte netamente parnasianos. La escritura del
poema como un engarce de perlas, o como espacio “en donde la verdad
vuelca su urna”; perlas y urna, elementos que insisten en la
solidez de la permanencia, permanencia que puede ser vinculada con el
agua de la fuente que conlleva a la inmortalidad (en el caso
del poeta a su equivalente: la trascendencia).
El último poema seleccionado es el que más ha analizado la crítica,
ya que se le atribuye un excepcional valor como poética, en
donde Darío sintetiza las características de su estética. En Yo
persigo una forma..., el sujeto lírico abandona el imperativo y
recupera la voz del yo poético para recrear el lugar de su
experiencia personal con la poesía, el espacio de adoctrinamiento
persiste pero desde la búsqueda personal. En este soneto se recupera
la forma cuadrada (verso en alejandrinos).
Dos ideas atraviesan el poema: el Enigma y la imposibilidad, de lo
que puede deducirse que la imposibilidad es la verdadera forma del
Enigma, forma que se persigue, y que huye en un consonante y eterno
presente (persigo/ no hallo/ me interroga). En este poema el poeta
está atrapado en la imposibilidad de conjurar todas las formas del
misterio: la rosa que aún es capullo en la mente que quiere
concebirla como forma de perfecta belleza, el beso personificado en
un ser alado que se “posa”, “el abrazo imposible de la Venus de
Milo”, “la visión de la Diosa”, la melodía que fluye, la
barca que boga, la Bella-Durmiente que se distancia del poeta (él
está bajo la ventana de lo que podemos suponer una torre), el chorro
de la fuente que simula un lamento continuo, y por último, el
símbolo del misterio más utilizado por Darío, el cisne. Todos los
elementos del poema están en fuga. Todos son objetos inasibles.
La presencia del Enigma, de la armonía de contrastes que se enuncia
en El Coloquio de los centauros, puede observarse en la
isotopía espíritu/carne que recorre el poema; por un lado, forma,
pensamiento, visión, alma, luz, melodía, sueño, y por otro lado,
rosa, beso, labios, Venus (la Diosa), mi Bella-Duermiente, y el
cisne, símbolo cargado de erotismo por ser la forma que adquiere el
dios para poseer a Leda y engendrar la bella Helena como se puede
apreciar en el soneto en alejandrinos El Cisne:
“¡Oh Cisne! ¡Oh sacro pájaro! Si antes la blanca Helena
del huevo azul de Leda brotó de gracia llena,
siendo de la Hermosura la princesa inmortal,
bajo tus blancas alas
la nueva Poesía
concibe en una gloria de luz y de harmonía
la Helena eterna y pura que encarna el ideal.”
La forma que se persigue, tiene que ver con esta unidad de contrastes
que conforman el uno y el todo, el universo de universos
de Ama tu ritmo..., o,
en las palabras de la satiresa “sabe que está el secreto de todo
ritmo y pauta/ en unir carne y alma a la esfera que gira”. Para
Darío, la rosa, la mujer, el amor, la belleza, la Bella-Durmiente,
Helena, Venus por antonomasia, son metáforas de la poesía; la
poesía como la rosa sólo sirve para el disfrute estético. De esta
forma comienza un movimiento por la autonomía del arte, una poesía
que posee sus propias leyes y sus referencias internas: cada símbolo
o metáfora dialoga con otras figuras, con otros poemas, y también
con otras obras de arte, en el caso puntual de este soneto, la Venus
de Milo.
En los tercetos se expone la síntesis apretada de los símbolos
darianos. En los vesos 9-10 aparece la armonía verbal, la
musicalidad de la idea que se sugería en las Palabras liminares
cuando exaltaba al poeta a no
dejar de tocar su “flauta” (que aparece también en este verso).
La Bella-Durmiente, que también estaba en Sonatina,
y en El Reino interior.
La fuente que aparece en el verso 13 es la misma que, en el
soneto homónimo, está en la “gruta viviente” del alma del
poeta, autenticidad de la que debe abrevar el joven poeta. Y por
último, el símbolo más trabajado por Darío, el cisne que
aparece en este soneto en los versos 8 (“el ave de la luna sobre un
lago tranquilo”) y 14 como elemento que encarna el enigma en la
forma interrogante de su cuello.
Las formas que Darío escoge para plantear su Enigma son variadas,
pero siempre aparece la aspiración a un ideal conformado de opuestos
o partes múltiples que se siguen distinguiendo, que no se excluyen y
que, además, producen un todo. Esa forma perseguida, tal vez sea un
intento de conjurar todas las formas del misterio, es decir, todas
las formas de la Poesía como ideal estético.
A modo de cierre, queremos reforzar la idea de estos poemas de Las
Ánforas de Epicuro, como síntesis de la estética dariana, ya
que en estos sonetos se refuerzan los ideales planteados en las
Palabras liminares a Prosas Profanas. De ninguna manera
se pretende agotar el análisis intertextual de los poemas de Ruben
Darío que son de una inmensa riqueza de diálogo; este trabajo es
sólo un ejercicio de lectura que permite exponer algunas de las
tantas relaciones, como la trabajada entre la imposibilidad, el
Enigma y la Poesía.
Bibliografía.
Anderson
Imbert, Enrique, La originalidad de Rubén Darío, Bs. As.,
CEAL, 1967 (capítulo IX y X) .
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Darío,
Ruben. “Prosas Profanas”, en: Poesía, Biblioteca La
Nación, Planeta, 2000.
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Ducrot,
O y Todorov, T. “Poética”, en: Diccionario enciclopédico
de las ciencias del lenguaje, México, Siglo XXI Editores,
1989.
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Ghiano, Juan Carlos Análisis de Prosas profanas. Buenos
Aires: Centro de Editor de América Latina, 1968.
|
Paz,
Octavio. “El caracol y la sirena” (Prólogo), en: Ruben
Darío. Antología,
Buenos Aires, Espasa Calpe, 1993. Edición de Carmen Ruiz
Barrionuevo.
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Rama, Ángel, Prólogo a Rubén Darío, Poesías, Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1984.
|
Ruiz
Barrionuevo, Carmen, Rubén Darío, Madrid, Síntesis, 2002
(introducción, capítulos III y IV).
|
Sucre, Guillermo,
La máscara, la transparencia, Caracas, Monte Avila, 1975.
|
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