sábado, 4 de febrero de 2012

Análisis de “Las Ánforas de Epicuro” de Prosas Profanas: la concepción de la poesía.

-->



















Literatura Hispanoamericana
(Latinoamericana I)

Prof. TP: Daniela Chazarreta

Tema 11: Análisis de “Las Ánforas de Epicuro” de Prosas Profanas: la concepción de la poesía.
2do parcial (domiciliario)
Fecha de entrega: 15 de diciembre de 2009

María Laura Piccioni
Profesorado en Letras (Plan 86)
Legajo


“Las Ánforas de Epicuro” de Prosas Profanas: un arte poética.

Para trabajar esta sección de Prosas Profanas -que se agrega en 1901 junto con Cosas del Cid y Dezires, layes y canciones- hemos seleccionado el análisis de los siguientes poemas: La espiga, La fuente, Ama tu ritmo... y Yo persigo una forma.... La intención de este trabajo es observar de qué modo estos poemas funcionan como un arte poética de la estética dariana. Comenzaremos delimitando el sentido en el que se trabajará el concepto arte poética. El diccionario de Ducrot y Todorov define poética en tres sentidos:

1) toda teoría interna de la literatura; 2) la elección hecha por un autor entre todas las posibilidades (en el orden de la temática, de la composición, del estilo, etc.) literarias: 'la poética de Hugo'; 3) los códigos normativos construidos por una escuela literaria, conjunto de reglas prácticas cuyo empleo se hace obligatorio.” (la cursiva es del autor) (Ducrot - Todorov 1989: 98).

Para este trabajo optaremos por el segundo sentido -la elección del autor-, elección que pone de manifiesto las ideas que cada autor posee sobre la literatura y sobre su propia práctica escritural. Esta propuesta de escritura puede estar planteada desde un ensayo normativo, o, como en el caso de muchos poetas, hacerse presente en la poesía de un modo metaliterario; esto es, una poesía que exprese esa elección acerca de cómo debe ser/hacerse la poesía. Sin embargo, no podemos dejar de lado una característica de la tercera acepción: la normatividad, que, aunque en diferentes grados de rigor, aparece en la construcción de la idea de poética de autor (la segunda acepción).
Estos rasgos de normativa se pueden apreciar especialmente en los tres primeros poemas de los seleccionados para este trabajo. Si bien Ruben Darío se niega expresamente a la construcción de un manifiesto en las Palabras liminares (Rubén Darío, 2000:35) por “la absoluta falta de elevación mental de la mayoría pensante de nuestro continente”, porque proclama “una estética acrática”, etc, es posible puntualizar aspectos de su poética.
I- Este texto -al que Ghiano se refiere como “manifiesto encubierto” (1968:25)-, perfila un poeta como “monje artífice”, figura que se opone a la inspiración del romanticismo. Sangre americana, “manos de marqués”: inteligencia aristocrática que va a verse reflejada en lo que Rama denomina “aristocracia vocabularia” (Rama, 1984:28), ya que a través de la selección léxica va a describir “paisajes culturales” (concepto que Rama toma prestado de Salinas).
II- Su maestros e influencias, tanto americanas como europeas, contemporáneas y clásicas, pueden rastrearse, no sólo en los tópicos y las formas recuperados por Darío, sino también en la reformulación de los mismos.
III- La influencia del neoplatonismo se instala en el nuevo concepto de ritmo que, además de una “harmonía verbal” incorpora la música de las ideas, “una melodía ideal” (Darío, 2000:37).
IV- El destino manifiesto del poeta es el canto, aunque el ruido no lo permita y aunque no pueda ser escuchado; porque siempre quedará un “reino interior” en el alma del poeta que merezca el canto, un reino con deidades propias: desnudas ninfas, rosadas reinas y amorosas diosas.
V- Y por último, este destino manifiesto expresado en forma de primera ley: crear; ley que el poeta-demiurgo materializa en la metáfora del acto procreador -hombre/mujer-, entre la musa y el artista.
En Las Ánforas de Epicuro, el sujeto lírico se hace cargo de una serie de imperativos que, entre consejo y mandato, sirven para adoctrinar al joven poeta, al iniciado.
Comenzaremos con el primer poema La espiga. Este es el primero de los poemas de Las Ánforas de Epicuro, y -como casi la mayoría de los de este apartado-, es un soneto en alejandrinos (la forma cuadrada que prefirieron los parnasianos: catorce versos de catorce sílabas cada verso) (A. Imbert, 1967:98), con los cuartetos en rima consonante cruzada ABAB ABAB, y los tercetos con rima consonante alternada CCD EED. Comienza con el imperativo a modo de mandato, a modo de instrucción que el maestro imparte a su discípulo o iniciado: “Mira el signo”; signo que en el sexto verso se expresa como “misterio inmortal”. En este poema reaparece el tema del panteísmo tratado ya en el Coloquio de los centauros: “Himnos a la sagrada Naturaleza; al vientre/ de la tierra y al germen que entre las rocas y entre/ las carnes de los árboles, y dentro humana forma,/ es un mismo secreto y es una misma norma:/ potente y sutilísimo, universal resumen/ de la suprema fuerza, de la virtud del Numen.” (Darío, 2000: 56). Secreto que se halla en la naturaleza y al que sólo puede tener acceso el iniciado (vate, sacerdote). Darío condensa en un verso una de las posibles soluciones del enigma: la armonía del mundo se traslada al mundo de las ideas, “la rítmica virtud de movimiento”, esa que puede Dios, cual demiurgo, componer con la Naturaleza. Es esa versión macrocósmica que el poeta debe captar y reflejarla en el microcosmos del ritmo del poema. Es la misma espiga -que dibuja el signo al que debe atender el nouvelle poeta-, la que dibuja el “misterio inmortal” y “el alma de las cosas”.
El panteísmo como divinización de todos los elementos de la naturaleza (e incluso a la naturaleza misma que es expresada con mayúsculas), imprime en el poema un aire sacro que Darío lleva a cabo mediante la proliferación de términos vinculados a lo religioso. En principio la espiga, que es el germen de la eucaristía (“espiga de oro y luz”), y luego “virtud”, “firmamento”, “tierra divina”, “alma”, “sacramento”, hasta la figura explícita que inaugura el primer terceto: “la faz de Dios asoma”. Este aire sacro se ve transformado en una versión de la religiosidad que no tiene la muerte Cristo, sino una primaveral escena: “floridas urnas” (elemento parnasiano que refleja la solidez y asegura la permanencia), “el vasto altar donde triunfa la azul sonrisa”, un madero verde y cubierto de flores -es decir, que nunca fue hecho cruz-, y un cordero al abrigo del amor y lejos de la muerte, del sacrificio. En este poema la espiga aún no es pan. La tarea del joven poeta consiste en aprender a leer los signos de la Naturaleza y el ritmo que lo conduzca a la manufactura de la poesía.
Este mandato-norma se repite en la aparición de algunos verbos deónticos utilizados en tono discipular, que están en La fuente. Este es otro soneto en alejandrinos que en su cuarto y quinto verso dicta: “debes abrevarte tan sólo en una fuente./ Otra agua que la suya tendrá que serte ingrata”. Vuelve el objeto parnasiano en forma de una copa de plata, la forma que el poeta maestro domina y puede traspasar a su discípulo. Sin embargo, la bebida sólo puede encontrarse en el interior del poeta. El tópico de El Reino interior -desarrollado en el poema con el mismo nombre- vuelve a surgir en “su oculto origen en la gruta viviente/ donde la interna música de su cristal desata”, repite la idea de las Palabras liminares, pero en este soneto el reino no es de “diosas rosadas” como en el prólogo, y tampoco tiene las “siete bellas princesas” de El Reino interior. En este soneto se invita al joven iniciado a una catábasis (“baja por la constancia y desciende al abismo”) que alude a la Divina Comedia en cuyo descenso al Infierno, maestro y discípulo (Virgilio y Dante) se encuentran con la pantera, acá siete que simbolizan los pecados capitales. A diferencia de la catábasis dantesca, Darío no se propone como guía, sino que incita al joven poeta a dejarse llevar por sí mismo, por su propia autenticidad: “Guíete el misterioso eco de su murmullo” y en el último verso, “la fuente está en tí mismo”.
La fuente -como elemento palaciego que constituye la arquitectura del jardín de los cuentos de hadas donde el caballero sediento abreva su caballo para ir en busca de su princesa-, es un elemento que aparece a lo largo de todo el poemario, y no se puede evitar la asociación de ésta fuente que se halla en el interior del poeta, con la fuente de la vida que volvía inmortales a quienes bebieran de ella. Resulta enriquecedora esta connotación de trascendencia a la lectura del poema si pensamos que la obra poética es el elemento que vuelve “inmortal” al poeta.
El tercer poema seleccionado es un soneto en endecasílabos. Ama tu ritmo... comienza desde el título con un imperativo que se repite en el primer verso: “Ama tu ritmo y ritma tus acciones/ bajo su ley, así como tus versos”. La ley del ritmo debe imperar en los versos, condición que se da maravillosamente en la aliteración del sonido |r| y de la oclusiva |t|, y en la rima en eco. Además, la rima abrazada ABBA ABBA resalta la definición de la métrica, dándole a la forma el contorno que buscaban los parnasianos.
Según Ruiz Barrionuevo, Marasso asocia este poema con la iniciación pitagórica y la lectura del libro Los grandes iniciados de Schuré; y Jrade resalta la conciliación de lo uno y lo múltiple, “y la relación del poeta con esa unidad divina, cuya proporción es el número” (Ruiz Barrionuevo, 2002:84). Con respecto a esto podemos aportar algunas relaciones que se pueden establecer entre “la celeste unidad” de este poema y la idea del enigma, misterio o secreto. Por lo que vimos en los poemas anteriores, ese enigma puede verse como un signo legible en el libro de la Naturaleza (La espiga), también en el interior de la “gruta viviente” (La fuente) como un “misterioso eco de su murmullo”, y en el Coloquio de los centauros como “un mismo secreto” que es “una misma forma”. También está en Palabras de la Satiresa cuando exalta al poeta: “sabe que está el secreto de todo ritmo y pauta/ en unir carne y alma a la esfera que gira”. Es interesante seguir la pista del enigma como la unión necesaria entre lo espiritual y lo carnal que Darío pone en boca de la satiresa en ese soneto, para entender la “celeste unidad” que “hará brotar en ti mundos diversos”. La unidad en Darío es multiplicidad (“eres un universo de universos”), es conjugación de elementos enfrentados, son los mancebos “Bellamente infernales” de El Reino interior, pero también la aceptación del poeta de sus virtudes y sus vicios:
“-¡Princesas, envolvedme con vuestros blancos velos!
-¡Príncipes, estrechadme con vuestros brazos rojos!”
Esta unidad es, según Rama, “un esfuerzo mental que no cancela, sino que aviva la pugna de los elementos enfrentados […] no es entonces una integración homogénea de las partes, sino una tensa armonía que las obliga a funcionar conjuntamente, reconociéndoles sus individualidades, sus contrastes y oposiciones” (Rama, 1984:34). Esta armonía de contrastes se ve en el Coloquio de los centauros: “Ni es la torcaz benigna ni es el cuervo protervo:/son formas del Enigma la paloma y el cuervo”. Otra de las formas del Enigma es la Esfinge, que aparece en el soneto Alma mía: “por el camino que hacia la Esfinge te encamina”; la esfinge comparte con el sátiro, los centauros y las sirenas -bestiario fantástico de Prosas Profanas-, lo que Rama denomina formas anormales en apariencia, ya que “no son sino esfuerzos de la naturaleza para retornar a la unidad perdida, lo que da nacimiento a la belleza”(Rama, 1984:32). En el Coloquio de los centauros se hace explícita esta idea cuando Quirón enuncia: “Sus cuatro patas, bajan; su testa erguida, sube”, indicando la unidad de la bestia y la divinidad.
Este concepto es crucial en el análisis de Yo persigo una forma...; pero antes de pasar al último poema, retomaremos los tercetos de Ama tu ritmo...:
“Escucha la retórica divina”, el sujeto lírico vuelve a utilizar el imperativo para mostrar el signo presente en la Naturaleza al que debe atender el joven poeta del mismo modo que lo había hecho en La espiga. El soneto se resuelve en los dos últimos versos de corte netamente parnasianos. La escritura del poema como un engarce de perlas, o como espacio “en donde la verdad vuelca su urna”; perlas y urna, elementos que insisten en la solidez de la permanencia, permanencia que puede ser vinculada con el agua de la fuente que conlleva a la inmortalidad (en el caso del poeta a su equivalente: la trascendencia).

El último poema seleccionado es el que más ha analizado la crítica, ya que se le atribuye un excepcional valor como poética, en donde Darío sintetiza las características de su estética. En Yo persigo una forma..., el sujeto lírico abandona el imperativo y recupera la voz del yo poético para recrear el lugar de su experiencia personal con la poesía, el espacio de adoctrinamiento persiste pero desde la búsqueda personal. En este soneto se recupera la forma cuadrada (verso en alejandrinos).
Dos ideas atraviesan el poema: el Enigma y la imposibilidad, de lo que puede deducirse que la imposibilidad es la verdadera forma del Enigma, forma que se persigue, y que huye en un consonante y eterno presente (persigo/ no hallo/ me interroga). En este poema el poeta está atrapado en la imposibilidad de conjurar todas las formas del misterio: la rosa que aún es capullo en la mente que quiere concebirla como forma de perfecta belleza, el beso personificado en un ser alado que se “posa”, “el abrazo imposible de la Venus de Milo”, “la visión de la Diosa”, la melodía que fluye, la barca que boga, la Bella-Durmiente que se distancia del poeta (él está bajo la ventana de lo que podemos suponer una torre), el chorro de la fuente que simula un lamento continuo, y por último, el símbolo del misterio más utilizado por Darío, el cisne. Todos los elementos del poema están en fuga. Todos son objetos inasibles.
La presencia del Enigma, de la armonía de contrastes que se enuncia en El Coloquio de los centauros, puede observarse en la isotopía espíritu/carne que recorre el poema; por un lado, forma, pensamiento, visión, alma, luz, melodía, sueño, y por otro lado, rosa, beso, labios, Venus (la Diosa), mi Bella-Duermiente, y el cisne, símbolo cargado de erotismo por ser la forma que adquiere el dios para poseer a Leda y engendrar la bella Helena como se puede apreciar en el soneto en alejandrinos El Cisne:
“¡Oh Cisne! ¡Oh sacro pájaro! Si antes la blanca Helena
del huevo azul de Leda brotó de gracia llena,
siendo de la Hermosura la princesa inmortal,

bajo tus blancas alas la nueva Poesía
concibe en una gloria de luz y de harmonía
la Helena eterna y pura que encarna el ideal.”

La forma que se persigue, tiene que ver con esta unidad de contrastes que conforman el uno y el todo, el universo de universos de Ama tu ritmo..., o, en las palabras de la satiresa “sabe que está el secreto de todo ritmo y pauta/ en unir carne y alma a la esfera que gira”. Para Darío, la rosa, la mujer, el amor, la belleza, la Bella-Durmiente, Helena, Venus por antonomasia, son metáforas de la poesía; la poesía como la rosa sólo sirve para el disfrute estético. De esta forma comienza un movimiento por la autonomía del arte, una poesía que posee sus propias leyes y sus referencias internas: cada símbolo o metáfora dialoga con otras figuras, con otros poemas, y también con otras obras de arte, en el caso puntual de este soneto, la Venus de Milo.
En los tercetos se expone la síntesis apretada de los símbolos darianos. En los vesos 9-10 aparece la armonía verbal, la musicalidad de la idea que se sugería en las Palabras liminares cuando exaltaba al poeta a no dejar de tocar su “flauta” (que aparece también en este verso). La Bella-Durmiente, que también estaba en Sonatina, y en El Reino interior. La fuente que aparece en el verso 13 es la misma que, en el soneto homónimo, está en la “gruta viviente” del alma del poeta, autenticidad de la que debe abrevar el joven poeta. Y por último, el símbolo más trabajado por Darío, el cisne que aparece en este soneto en los versos 8 (“el ave de la luna sobre un lago tranquilo”) y 14 como elemento que encarna el enigma en la forma interrogante de su cuello.
Las formas que Darío escoge para plantear su Enigma son variadas, pero siempre aparece la aspiración a un ideal conformado de opuestos o partes múltiples que se siguen distinguiendo, que no se excluyen y que, además, producen un todo. Esa forma perseguida, tal vez sea un intento de conjurar todas las formas del misterio, es decir, todas las formas de la Poesía como ideal estético.

A modo de cierre, queremos reforzar la idea de estos poemas de Las Ánforas de Epicuro, como síntesis de la estética dariana, ya que en estos sonetos se refuerzan los ideales planteados en las Palabras liminares a Prosas Profanas. De ninguna manera se pretende agotar el análisis intertextual de los poemas de Ruben Darío que son de una inmensa riqueza de diálogo; este trabajo es sólo un ejercicio de lectura que permite exponer algunas de las tantas relaciones, como la trabajada entre la imposibilidad, el Enigma y la Poesía.

Bibliografía.

Anderson Imbert, Enrique, La originalidad de Rubén Darío, Bs. As., CEAL, 1967 (capítulo IX y X) .
Darío, Ruben. “Prosas Profanas”, en: Poesía, Biblioteca La Nación, Planeta, 2000.
Ducrot, O y Todorov, T. “Poética”, en: Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, México, Siglo XXI Editores, 1989.
Ghiano, Juan Carlos Análisis de Prosas profanas. Buenos Aires: Centro de Editor de América Latina, 1968.
Paz, Octavio. “El caracol y la sirena” (Prólogo), en: Ruben Darío. Antología, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1993. Edición de Carmen Ruiz Barrionuevo.
Rama, Ángel, Prólogo a Rubén Darío, Poesías, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1984.
Ruiz Barrionuevo, Carmen, Rubén Darío, Madrid, Síntesis, 2002 (introducción, capítulos III y IV).
Sucre, Guillermo, La máscara, la transparencia, Caracas, Monte Avila, 1975.




No hay comentarios:

Publicar un comentario